Vida de un republicano by John Arden

Vida de un republicano by John Arden

autor:John Arden [Arden, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1982-01-01T00:00:00+00:00


* * *

A la puesta del sol apareció ante nuestra puerta una silla de mano escoltada por robustos guardias con cachiporras. Un pedisequus de untuosos modales le presentó a Irene los más efusivos cumplidos de parte de su señor. Ella se había ataviado para la ocasión en un estilo muy lujoso, pintura, peluca rojo oscuro, pestañas del largo de ciempiés, y los más elegantes drapeados de seda de contrabando. Al subir al transporte, se levantó de pronto el borde de la túnica para proporcionarme un atisbo de sus piernas: afeitadas. Me dedicó una de sus amplias sonrisas traviesas. Furia de Caballo la acompañó, por orden suya, a paso de trote tras la silla, haciendo absoluto caso omiso de la escolta.

Jibia estaba de malhumor, pero me pidió que durmiera con ella. En el mosquitero había algunos agujeros que nos causaron tremendos problemas. Aún yacíamos despiertos, picados e irritables, cuando oímos la puerta principal que se abría, y el sonido de unos pasos rápidos por la casa. Era Furia de Caballo. Tenía un aspecto muy ansioso y angustiado.

—Creo que deberías acompañarme. No es un buen lugar. No me gusta en absoluto ese lugar al que ella ha ido.

Al parecer, no habían llevado a Irene a la dirección que Obeso me dio en los baños, sino a la casa abandonada donde lo había visto «en comité». El pedisequus le había dicho que era un lugar de encuentro más discreto que el otro, y se disculpó por el aspecto decadente del mismo. Irene le susurró a Furia de Caballo que se marchara directamente a casa y pusiera en mi conocimiento el cambio de planes por si creía que pudiera ser necesaria mi ayuda.

Ella subió al piso superior con el pedisequus, y el curator les sirvió bebidas a la escolta y a Furia de Caballo, en la cocina. Luego se les dijo a todos que se marcharan. No obstante, Furia de Caballo permaneció rondando por los alrededores durante un rato, y se sintió muy inquieto por el hecho de que el curator parecía estar empaquetando todas las cosas, como preparándose para abandonar la casa esa misma noche. La cocina en sí estaba completamente equipada, pero ninguna de las otras habitaciones de abajo tenía mueble alguno. No sabía cómo era el piso superior, pero el vestíbulo y los pasillos estaban llenos de polvo. En una bandeja se veía una comida para dos (una elaborada cena ligera), y el pedisequus se la había llevado arriba inmediatamente antes de que el curator empaquetara todas las cacerolas y utensilios. Al parecer no había nadie más en la casa. Furia de Caballo había acudido entonces directamente a buscarme; dijo que debíamos regresar y asegurarnos de que Irene estaba a salvo. Me pregunté qué podríamos hacer si no lo estaba. Jibia dijo que, por amor de Dios, no perdiéramos tiempo. Pregunté si Furia de Caballo sería capaz de protegerme a mí, además de a su señora. Él declaró que podía hacerlo todo por sí solo, pero no si tenía que hablar latín, y por tanto yo debía acompañarlo.



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